Cuando tuve ocasión de conducir la cuarta generación del roadster más famoso de la historia, me pareció retroceder en el tiempo. Esto no es una crítica, sino todo lo contrario. A día de hoy, cuando la mayoría de los fabricantes se esfuerzan por ofrecer abrumadora tecnología y coches que nos permiten evadirnos de la carretera, el Mazda MX-5 nos invita a disfrutar a cada instante de la conducción y nos recuerda constantemente los motivos por los cuales lo hemos elegido.
Con el paso de los kilómetros olvidarás que has tenido que 'tirarte' al suelo para entrar -es un centímetro más bajo que un Audi R8-, su estrecho habitáculo, su mínimo maletero, la ausencia de guanteras o del habitual botón que en los cabrio permite ocultar su techo en cuestión de segundos sin esfuerzos, pues esto último se hace a mano, como antaño en el primer Mazda MX-5. Ahora bien, esta operación es sencilla y se puede hacer sin quitarnos el cinturón de seguridad. Su ligera capota aisla lo justo y tiene luna trasera de cristal.
Gran motor
Con ella oculta es más sencillo acomodarnos en sus asientos, que en esta versión están firmados por Recaro e integran un altavoz en su reposacabezas. No tiene un precio de 'derribo', pero contraataca con un gran equipamiento y sobre todo, con un motor 2.0 Skyactiv-G que huye de la tan de moda sobrealimentación.
Lo había conducido con el motor 1.5 Skyactiv-G y me pareció genial. Su mínimo peso, el 'feeling' con la dirección o el cambio, además de su sonido, nos transmiten la sensación de ofrecer más de los 131 CV que anuncia. ¿Para qué más?
Facil: para disfrutar aún más. Los 29 CV extra que proporciona el 2.0 Skyactiv-G se traducen en unas prestaciones sensacionales -necesita un segundo menos que el 1.5 para acelerar de 0 a 100 km/h y el 80 a 120 km/h en cuarta requiere tres segundos menos por ejemplo-, pero todo ello combinado con un gasto más que asumible y calcado al del 1.5 -esta versión equipa i-Stop-. Su mecánica se puede exprimir hasta casi las 7.000 rpm y se combina con un cambio manual perfecto por tacto y recorridos, el cual da gusto utilizar hasta perder la sensibilidad en nuestro brazo derecho.
Suspensiones que marcan la diferencia
Y lo que verdaderamente da gusto es encontrarse con un carretera repleta de curvas y sacar partido a varios de los motivos de por qué cuesta 2.800 euros más que un 1.5 Luxury -este 2.0 además tiene mucho más equipamiento de serie-. Hablamos de sus suspensiones Bilstein y de un diferencial trasero autoblocante que marcan diferencias en su comportamiento cuando queremos sacar todo lo que esconde este divertido MX-5. Su carrocería ahora balancea menos y su eje trasero permite derrapadas como las de cualquier 'purasangre'. Para ello hay que desconectar el ESP, pues en caso contrario ofrecerá gran aplomo gracias a su bajo centro de gravedad y su reparto de pesos.
La clave
Pocos coches pueden presumir de la diversión que transmite este Mazda MX-5. Y mucho menos que cuesten 30.000 euros. Su motor es asombroso y encima gasta poco. Pero es su comportamiento dinámico lo mejor de este roadster que da gusto conducir, conducir y conducir hasta quedarte sin gasolina. Luego… Repostas y a seguir conduciendo.