Si hay un segmento de mercado en ebullición, es el de los SUV-B, vehículos todocamino que se mueven arriba o abajo de los 4,20 metros y conquistan a un público principalmente urbano. Y el CX-3, que en sus tres años de vida se ha erigido en el segundo Mazda más vendido en España -tras el CX-5-, se somete ahora a una renovación que le permitirá luchar mejor frente a los Audi Q2, Hyundai Kona, Opel Mokka X, Toyota C-HR, Volkswagen T-Roc y compañía. Para empezar, los precios apenas varían -en función del equipamiento, algunas versiones suben un poco mientras que otras se abaratan-, y parecen aquiltados a tenor de la dotación de serie, realmente completa desde el básico Origin, que arranca -con motor 2.0 de gasolina y cambio manual- en 20.645 euros, cifra que ahora se queda en 17.549 euros con los 2.000 euros de rebaja promocional y los 1.096 por financiar la compra. Por encima se sitúan los acabados Evolution -el más asequible de los ofrecidos para el motor diésel- y Evolution Design, culminando la gama en los lujosos Zenith: faros Full LED, tapicería de tela y cuero, levas en el volante si el cambio es automático, cámara trasera, sensor de parking también en la parte delantera, acceso sin llave, Head-Up Display a color -la pantallita queda demasiado baja-, navegador, radio digital, compatibilidad con Apple CarPlay y Android Auto… Tan completo, de hecho, que vemos mal que sea el único nivel de equipamiento ligado a la tracción total AWD, única alternativa si elegimos el motor de gasolina de 150 CV y disponible -2.800 euros extra- con el diésel. Y es que, por ejemplo, sus neumáticos 215/50 R18 van peor en campo que los 215/60 R16 del resto de versiones. Por contra, es loable que las tres mecánicas, sea cual sea el tipo de tracción, puedan asociarse al cambio manual o al automático, de funcionamiento éste algo lento en uso deportivo y que sube el precio 1.800 euros.
La carrocería estrena parrilla frontal y ópticas traseras LED, recibe detalles en negro brillante, equipa nuevas llantas de 18 pulgadas y ofrece el color Soul Red Crystal, que ya conocíamos del CX-5. Y el interior no escapa a la evolución, pues las banquetas de los asientos delanteros se benefician de una espuma de uretano que aísla más, mejora la calidad de las tapicerías de piel, se añade un reposabrazos delantero con cofre y un reposabrazos trasero, el retrovisor interior pasa a ser fotosensible en toda la gama y se rediseña la consola central, pues el freno de estacionamiento ahora es eléctrico y se adelanta el mando giratorio HMI Commander. Además, en los CX-3 Zenith el sistema de infoentretenimiento es ahora compatible con Apple CarPlay y Android Auto.
La tecnología de seguridad i-Activsense se actualiza también, pues el asistente de frenada en ciudad SCBS puede detectar peatones por la noche, el control de crucero adaptativo MRCC funciona a cualquier velocidad -antes lo hacía desde 30 km/h- y toda la gama incorpora el sistema Autohold, que evita que el coche, cuando salimos desde parado, retroceda al levantar el pie del freno.
Con motor renovado
Pero lo trascendental tiene lugar bajo el capó, pues se ha renovado el SkyActiv-G de gasolina, un 2.0 atmosférico con versiones de 121 y 150 CV que gana respuesta a bajo régimen y reduce el consumo a regímenes altos, de modo que se mantienen en el mismo tramo impositivo que con la homologación NEDC precedente.
Y es nueva la mecánica diésel SkyActiv-D, pues desaparece el 1.5 de 105 CV y aparece este 1.8 de 115 CV y 27,6 mkg, basado en el anterior pero más moderno: cambios en el proceso de combustión, turbo más grande, pistones de nuevo perfil… Anuncia un consumo medio de 4,4 l/100 km o emisiones de CO2 de 114 g/km, y elimina los NOx del motor sin necesidad de emplear AdBlue. En carretera, que incluyó un retorcido itinerario por la malagueña Sierra de las Nieves, nos convenció su razonable empuje, presente desde 1.500 rpm hasta más allá de las 4.500 vueltas; y aunque las prestaciones no son de órdago, sí permite una conducción más agil que con el motor anterior. No nos pareció especialmente silencioso, pero tampoco molesto.
En cuanto al comportamiento, el CX-3 siempre ha ido tan bien -la suspensión tiraba a firme- que nosotros habríamos dejado las cosas como estaban. Pero Mazda buscaba más confort, y aunque se consigue, el balanceo es algo mayor y parece haberse perdido un poco de eficacia al límite. Cuestión de gustos, quizás.