No cabe duda de que el Porsche 911 es uno de los automóviles que han marcado un antes y un después en la historia de la automoción. Y, si tuviéramos que quedarnos con una única versión de las cientos que han existido, probablemente muchos elegiríamos el primer Porsche 911 Turbo.
El 911 Turbo lo cambió todo, cambió las reglas del juego de los automóviles deportivos, y lo hizo hace exactamente medio siglo cuando se presentó en París. Su impacto fue el de un tsunami que estableció nuevos estándares en términos de rendimiento, diseño y tecnología, abriendo un camino que seguirían otros fabricantes de coches deportivos, demostrando la viabilidad de los motores turboalimentados en coches de producción en masa y cambiando la percepción de lo que podía ofrecer un coupé de calle.
Una breve historia del Porsche 911 Turbo
El Porsche 911 Turbo debutó en octubre de 1974 en el Salón del Automóvil de París. Bajo su conocida silueta, convenientemente musculada para la ocasión, se escondía una versión de su motor bóxer de seis cilindros con un cubicaje de tres litros y un turbocompresor con el cual la potencia máxima alcanzaba los 260 CV, mientras que el par motor llegaba a los 343 Nm, todo ello en un motor refrigerado por aire que contaba únicamente con dos válvulas por cilindro para respirar.
En su última iteración, el Porsche 911 Turbo genera 580 CV, lo que le permite acelerar de 0 a 100 km/h en solo 2,8 segundos, alcanzando una velocidad máxima de 320 km/h, todo ello con una transmisión automática de doble embrague (PDK) y ocho velocidades que distribuye los 750 Nm generados por el motor entre las cuatro ruedas del vehículo.
El primer Porsche 911 Turbo se conformaba con una caja de cambios manual de cuatro velocidades que enviaba el torrente de potencia generado por el motor bóxer a las ruedas traseras. No había controles de tracción o estabilidad en la época, no había ABS ni ningún tipo de ayuda que suavizara la entrega de potencia, y el Porsche 911 Turbo pronto adquirió el apelativo de widowmaker, o “hacedor de viudas”.
Un motor nacido de la competición
Porsche había comenzado a experimentar con los turbocompresores en los coches de competición a finales de la década de 1960, y en 1972 dio luz verde al desarrollo de la versión turboalimentada del 911.
Inicialmente, la idea era fabricar una versión para cumplir con las regulaciones de homologación, y tenía la intención de comercializarlo como un vehículo de carreras legalizado para el uso en vías públicas, como el Carrera 2.7 RS de 1973. Pero las reglas del Apéndice J de la FIA con las que se inscribió en competición el 911 Turbo Carrera RSR 2.1 en 1974 cambiaron, y para la temporada de 1976, la FIA exigía que los fabricantes produjeran 400 unidades en un período de veinticuatro meses para obtener la aprobación para el Grupo 4.
Así, el Porsche 911 Turbo se puso en producción en 1975 para obtener la homologación para la temporada de carreras de 1976, y su éxito comercial fue demoledor. A finales de 1975 se fabricaron las 400 unidades necesarias, y el Porsche 911 Turbo obtuvo la homologación de la FIA para el Grupo 4 el 6 de diciembre de 1975, tras haber sobrepasado con creces la cifra solicitada por la FIA.
El motor del widowmaker fue obra de Ernst Fuhrmann, quien adaptó la tecnología turbo desarrollada para el 917/30 CAN-AM (desarrollado para competir en EE. UU.) y la aplicó al motor bóxer de seis cilindros de 3,0 litros utilizado en el Carrera RS 3.0, creando así el Porsche 930.
Más allá de la carrera larga y el turbocompresor KKK, el motor veía su relación de compresión muy reducida (6,5:1) para evitar las potenciales auto-detonaciones y permitir que la mezcla rica ayudara a refrigerar las cámaras de combustión, la suspensión era convenientemente revisada, con vías más anchas, los frenos se sobredimensionaron y se equipaba la caja de cambios con engranajes más robustos, lo que obligaba a renunciar al cambio de cinco velocidades del que sí disponía el 911 Carrera.
La carrocería se ensanchaba notablemente y adquiría el famoso alerón trasero de “cola de ballena” para llevar más aire al compartimento del motor –que no contaría con intercooler hasta que en 1978 el motor evolucionara a la versión de 3,3 litros– y para crear más carga aerodinámica en la parte trasera del vehículo.
Por su parte, unas ruedas más anchas con neumáticos de mayores prestaciones canalizaban como podían todo el par disponible, y la inscripción Turbo en la zaga completaba el conjunto de modificaciones de esta pequeña bestia del asfalto.
La evolución del Porsche 911 Turbo 930
Nervioso, propenso al sobreviraje, con un motor difícil de dosificar por la brusca y retardada acción del turbocompresor, aquel primer Porsche 911 Turbo supuso todo un reto para los conductores que querían extraer su quintaesencia. En 1978, Porsche subiría la cilindrada hasta los 3,3 litros, añadiría el intercooler, revisaría profundamente las suspensiones y mejoraría el sistema de frenos. Con ello, además de subir la potencia a 300 CV y el par a 412 Nm, el vehículo se hizo algo más dócil, si bien nunca perdería su carácter de auténtico purasangre con un motor derivado de la competición.
En 1983, Porsche comenzó a ofrecer su Werksleistungssteigerung o WLS, un “aumento del rendimiento de fábrica” opcional que llevaba el bóxer 3.0 hasta los 330 CV y 432 Nm, modificación que añadía un sistema de escape de cuatro salidas y un radiador de aceite adicional, lo que requería un frontal modificado que a menudo se combinaba con orificios de ventilación adicionales en el parachoques trasero, morro plano con faros abatibles y taloneras específicas.
Medio siglo después de su lanzamiento, Porsche nos regala un precioso set de fotos publicado en su revista Christophorus acompañado de una nota de prensa que glosa las bondades de los actuales Porsche 911 Turbo y evita entrar en la apasionante historia del modelo original, dándonos una excusa para recuperarla y recordar como se merece a este auténtico icono de la historia de la automoción.