El 21 de enero de 1964, hace 60 años, el norirlandés Patrick “Paddy” Hopkirk subía a lo más alto del cajón del podio del Rally de Montecarlo, mientras que los finlandeses Timo Mäkinen y Rauno Aaltonen eran cuarto y sexto, respectivamente; todos ellos a los mandos de un Morris Cooper S, conocido hoy como Mini clásico.
Se trata de uno de los episodios más espectaculares de la historia del automovilismo. Y, lejos de ser algo casual, el Mini ganó en dos ocasiones más en el Rally de Montecarlo y obtuvo otros muchos éxitos hasta finales de los años 60.
De alguna manera, el Mini supuso un cambio de paradigma no solamente en lo que se refiere a los automóviles de calle como en lo tocante a vehículos de competición. A finales de los años 50, los vehículos que dominaban los rallys eran deportivos como el Austin-Healey o compactos con potentes motores como el Ford Falcon, pero el Mini clásico demostró que, en determinadas circunstancias, un vehículo más pequeño y ligero podía suplir su falta de potencia con una mayor agilidad. Paralelamente, la tracción delantera también podía ser más eficaz en determinadas situaciones.
Así Alec Issigonis desarrolló un coche revolucionario para su época, con motor transversal, tracción delantera y unas dimensiones extremadamente compactas, un diseño que 65 años después de su debut (que se produjo en 1959) sigue estando plenamente vigente.
John Cooper hizo “volar” el Mini
Y si el diseño básico del Mini es obra de Alec Issigonis, de cara a hacer de él un coche de rallys ganador no es menos importante la aportación de otro grande de la historia del automovilismo: John Cooper.
El británico John Newton Cooper había alcanzado fama como piloto de carreras y había tenido éxito como diseñador y preparador de automóviles, e inmediatamente supo ver el potencial deportivo del Mini clásico. Cooper, pionero en ubicar el motor en posición central trasera en los monoplazas de Fórmula 1, no dudó en comentarle a Issigonis: “Ese es un maldito auto de carreras. Dale más potencia, mejora los frenos y constrúyelo”.
El primer Mini Cooper se fabricó en 1960. Contaba con 55 CV en lugar de los 34 CV del Mini original de 1959. Desde su nacimiento, los Mini Cooper fueron tremendamente populares tanto para ser usados en vías públicas como en diferentes competiciones locales y campeonatos.
Su ligereza y su ausencia de voladizos le otorgaban un comportamiento muy neutro, una buena capacidad de frenada y una agilidad desconocidas en la época. Las unidades de los Mini Cooper de rallys pesaban apenas 650 kilos, lo que permitía sacar bastante partido de sus 55 CV e hizo que se popularizara la comparación entre conducir un Mini y conducir un kart.
La primera victoria internacional del Mini clásico
En mayo de 1962, el Mini clásico entró por primera vez en el palmarés de los rallys internacionales con una victoria en el Rally de los Tulipanes, que transcurrió desde el municipio holandés de Noordwijk hasta la Riviera francesa y viceversa. Allí, Patricia Ann Moss (más conocida como Pat Moss), hermana del cuatro veces subcampeón del mundo y 16 veces ganador de grandes premios Stirling Moss, logró imponer su Mini Cooper al resto de rivales.
Ese mismo año, Stuart Turner, director deportivo del BMC (The British Motor Corporation Limited, fabricante por aquel entonces del Mini), fichó a dos pilotos nórdicos para hacer equipo con el norirlandés Paddy Hopkirk: Timo Mäkinen y Rauno Aaltonen.
Mäkinen y Aaltonen eran netamente diferentes en lo personal. El primero era parco en palabras y pasó a la historia como “el finlandés volador”. Aaltonen habla cinco idiomas con fluidez y entendía el deporte del motor casi como una ciencia, lo que le valdría el apodo de “el profesor de los rallys”.
En cualquier caso, los dos finlandeses eran unos virtuosos de la técnica de frenar con el pie izquierdo y de deslizarse sobre las carreteras heladas, y compartían su habilidad para sacar el máximo partido a los coches en las situaciones más desafiantes,
A partir de entonces, en BMC empezaron a darse cuenta de las posibilidades del Mini Cooper y decidieron enfrentarse a sus más duros competidores en todo tipo de escenarios. Turner profesionalizó la logística y la dirección de un equipo de rallyes como nadie lo había hecho hasta entonces, enviando, por ejemplo, “espías” a los tramos especiales helados. John Cooper, por su parte, siguió evolucionando el Mini hasta extraer 90 CV del que sería conocido como Mini Cooper S, aumentando la cilindrada hasta 1.071 cm3.
Y lo mejor de todo es que, más allá de la preparación de John Cooper, el Mini seguía siendo fiel a su esencia y conservando el aspecto del Mini convencional, sin alerones, sin ni siquiera un tacómetro y con un fino volante de pasta y sencillos asientos sin soportes laterales.
La victoria histórica de Mini hace 60 años
El éxito en Montecarlo tardaría, no obstante, dos años en llegar. La 33.ª edición del rally más famoso del mundo contaba con nada menos que 277 inscritos, y la victoria se fraguaría en la famosa “Noche de los cuchillos largos”, en la penúltima etapa del rally.
Durante la prueba, en el Col de Turini, a 1.600 metros de altitud, en los Alpes Marítimos franceses, 34 curvas cerradas con un asfalto completamente cubierto de hielo y nieve a lo largo de 24 kilómetros supusieron un verdadero desafío para todos los contendientes.
Hopkirk llegó a la meta sólo 17 segundos detrás de su rival más cercano, Bo Ljungfeldt, en el mucho más potente Ford Falcon con motor V8, si bien debido a la fórmula de handicap vigente en aquel momento para compensar las diferencias de peso y prestaciones, el Mini clásico se situó en cabeza de la clasificación general, y logró mantener su liderato en el último tramo “ratonero” por las calles de Montecarlo.
En Reino Unido, la victoria se celebró como un acontecimiento histórico. Hopkirk recibió un telegrama de felicitación del gobierno británico, y los Beatles no dudaron en ser de los primeros en felicitarle. Hopkirk se convirtió, de la noche a la mañana, en un héroe del automovilismo y en algo así como el quinto Beatle.