Pese a ver la luz como un producto particularmente avanzado tanto en diseño como en tecnología, el primer CX-5 protagonizó cambios importantes en 2015 que le pusieron al día: imagen, modificaciones en suspensión y tracción total, equipamiento y confort mejorado… Pero lo de ahora no es un 'restyling', sino una evolución tan profunda que permite hablar de nueva generación. Mazda mima su CX-5 porque es una de sus estrellas: más de 1,5 millones de unidades vendidas -350.000 de ellas en Europa- y 'best seller' de la casa japonesa en muchos países, España incluida. Y ese cuidado se nota en el trabajo realizado, que afecta a todos los capítulos del SUV para crear un conjunto muy convincente.
La carrocería es nueva, y aunque conserva la misma distancia entre ejes tiene 10 milímetros más de longitud y 35 menos de altura -lo que ayuda a mejorar la aerodinámica un 6 por ciento-, lo que se acompaña de una mayor rigidez torsional -un 15 por ciento más-, de un cambio en las proporciones -el morro va más alto y el pilar delantero se retrasa 35 milímetros- y, curiosamente, de un peso mayor: 40 kilos extra en las versiones de gasolina y 45 en los diésel. Sorprende porque la tendencia en la industria parece la contraria, y porque debe tener algo que ver con el leve aumento del consumo medio; aunque es el precio a pagar para lograr otros muchos beneficios.
Mejor que su antecesor
Y es que hay más elementos insonorizantes -unos 20 kilos corresponden a esta partida- y más equipamiento, y los materiales del interior son mejores, de modo que Mazda cumple el objetivo buscado: refinar el CX-5, optimizar el confort y mejorar el tacto general. No hay más que empezar a circular para darse cuenta de ello, pues el SUV nipón pisa mejor, filtra muy bien los firmes algo rotos y se muestra más silencioso en general.
A la espera de poder probar la versión 2.0 de gasolina de 165 CV -160 cuando se asocia a la tracción total-, y de que llegue algo más adelante el nuevo motor 2.5 de gasolina con sistema de desconexión de cilindros, centramos nuestra atención en los CX-5 Skyactiv-D. O dicho de otro modo: en los diésel 2.2 con 150 y 175 CV. Y empezamos por este último, ligado a la tracción total -Mazda ha mejorado el sistema AWD para reducir un 30 por ciento la resistencia- y que nos causó una muy grata impresión en combinación con la caja automática, que ahora adopta un botón 'sport'. Lástima que no haya levas, porque su rendimiento es deportivo y permite estirar la aguja casi hasta las 5.000 vueltas. Además, serpenteando a buen ritmo entre colinas y bosques de cipreses de la Toscana pudimos degustar las mejoras introducidas en el chasis, y que afectan a suspensión -la delantera cambia casi por completo-, dirección y frenos, y a un mayor ancho de vías. Estabilidad y nobleza al límite, balanceo contenido, precisión en la trazada… Y lo mejor de todo es que esas virtudes también caracterizan a la que podríamos llamar 'versión diésel básica': 150 CV, cambio manual y tracción delantera. El par es un poco más bajo, pero sigue siendo generoso -en eso vapulean a su hermano de gasolina, con menos cilindrada y sin turbo-, y el conjunto es más ligero, de forma que también 'ratonea' con agilidad, ayudado por el G-Vectoring Control, otra de las novedades del CX-5.
Dinamismo y seguridad, y mucho agrado. Porque los nuevos asientos son más cómodos, el cambio queda más a mano y el nuevo salpicadero -pantalla central de 7 pulgadas, Head-up Display…- prima la sensación de control. La guinda, mejoras de todo tipo en la funcionalidad interior y muchos asistentes de seguridad nuevos o revisados. Ahora, a esperar los precios.