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¿Me puede denunciar otro conductor? O solo la DGT tiene potestad para ello

Desde las tumultuosas carreteras que cruzan nuestra nación hasta las abarrotadas calles de nuestras ciudades, el tráfico en España es una cuestión que afecta a millones de ciudadanos a diario. En este contexto, surge una pregunta fundamental: ¿puede un conductor denunciar a otro por una infracción de tráfico? ¿O es la Dirección General de Tráfico (DGT) la única entidad con la autoridad para hacerlo?

En el agitado escenario del tráfico español, es común encontrarse con situaciones en las que un conductor observa a otro cometiendo una infracción de tráfico. Puede tratarse de exceso de velocidad, uso del teléfono móvil al volante, estacionamiento indebido o cualquier otra acción que viole las normas de tráfico. En tales casos, muchos se preguntan si tienen el derecho y la capacidad de denunciar al infractor.

En este sentido, la ley española establece que sí, los conductores tienen el derecho de denunciar a otros conductores por infracciones de tráfico que presencian. Esto significa que, en teoría, cualquier ciudadano que sea testigo de una violación de las normas de tráfico puede tomar medidas al respecto. Sin embargo, es importante destacar que esta facultad no otorga a los ciudadanos un poder absoluto ni la autoridad para sancionar al infractor. Deben seguir un proceso específico para reportar la infracción.

EL PODER DE LA CIUDADANÍA: DENUNCIANDO COMO CONDUCTOR

EL PODER DE LA CIUDADANÍA: DENUNCIANDO COMO CONDUCTOR

El poder de denuncia no reside únicamente en órganos oficiales, cualquier ciudadano puede denunciar situaciones que considere contrarias a la normativa. Ahora bien, ¿cómo se hace efectivo esto? Es sencillo, aunque no tan común como las denuncias tramitadas por los agentes de tráfico. El procedimiento comienza por consignar la incidencia ante las autoridades pertinentes, sea la Guardia Civil o la policía local, aportando evidencias fiables que puedan corroborar la infracción.

Por supuesto, hay matices en cuanto a la aceptación y procedencia de la denuncia. En primer lugar, es mucho más probable que prospere si se trata de hechos de gravedad o claridad meridiana, como el estacionamiento en lugares prohibidos o la conducción temeraria. Además, es crucial que el ciudadano aportara datos exactos y detallados, como la matrícula, la hora y el lugar del suceso, y si es posible, fotografías o vídeos que no infrinjan a su vez el derecho a la privacidad.

LA EVIDENCIA: MÁS QUE PALABRAS

En estos casos, el peso de la evidencia es crucial. Por ello, es de suma importancia que la prueba no deje lugar a dudas y sea lo suficientemente explícita y concluyente. No basta con una simple acusación basada en el testimonio; en la era de la tecnología, los vídeos y las fotografías bien pueden ser las huellas digitales del delito contra las normas de tráfico. Pero cuidado, debe procederse con prudencia, pues cualquier grabación tiene sus límites legales, debiendo respetarse la intimidad y la protección de datos.

Las autoridades darán curso a la denuncia si se cumplen estos requisitos, aunque la probabilidad de que el infractor sea finalmente sancionado dependerá de la calidad del testimonio y de las imágenes presentadas. No sobra decir que la denuncia anónima carece, por lo general, de efecto legal, por lo que el denunciante debe identificarse plenamente para que su acción tenga las consecuencias esperadas.

RESPONSABILIDADES Y REPERCUSIONES SEGUN LA DGT

RESPONSABILIDADES Y REPERCUSIONES

Denunciar no es un juego y conlleva responsabilidades serias tanto para quien denuncia como para quien es denunciado. No es recomendable tomar la justicia por su mano ni usar el derecho de denuncia para resolver disputas personales o actuar con mala fe. Cualquier denuncia falsa puede revertirse contra quien la presenta y suponerle, a su vez, problemas legales.

Así pues, la vía está abierta para que los ciudadanos colaboren en la seguridad vial, pero siempre desde la responsabilidad y la conciencia cívica. La DGT y las demás autoridades competentes animan a denunciar las infracciones observadas, siempre y cuando se haga con respeto a la legalidad y buscando el bienestar colectivo.

CUANDO EL CIVISMO TOMA EL VOLANTE

La ética del conductor en nuestros días ha trascendido las meras normas de circulación. Se habla ahora de un civismo rodante, donde los conductores no solo respetan las reglas, sino que se convierten en vigilantes activos del cumplimiento de las mismas. Esa perspectiva de comunidad ha cobrado fuerza, potenciada por la facilidad de documentar con dispositivos móviles cualquier evento en tiempo real. Pero no todo es tan sencillo como sacar el móvil y grabar; existen protocolos y consideraciones legales a tener muy en cuenta.

Una dimensión importante de este civismo activo es su potencial educativo. Al observar que cualquier ciudadano puede denunciar, se produce un efecto disuasorio, donde el respeto a las normas se ve reforzado por el escrutinio público. El mensaje es claro: no solo hay que temer a las cámaras de seguridad o a los radares, sino también al resto de usuarios de la vía, que no dudarán en actuar si se pone en riesgo la convivencia.

LA DIFERENCIA ENTRE DENUNCIAR Y VIGILAR

LA DIFERENCIA ENTRE DENUNCIAR Y VIGILAR

Es preciso distinguir entre el acto de denunciar, un derecho que asiste a cualquier ciudadano, y el acto de vigilar, que se asocia a un deber y función específicos de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. En este sentido, la ciudadanía no debe transgredir el límite hacia la vigilancia privada, pues ello puede constituir un delito. Además, la protección de datos y la privacidad son baluartes que deben preservarse incluso en nuestra voluntad de contribuir al bien común.

Aquí entra en juego otra consideración: el respeto mutuo. Denunciar no debe ser sinónimo de ‘caza de brujas’ sino de compromiso con la seguridad vial. Se trata de preservar un entorno seguro para todos, no de ejercer una vigilancia indiscriminada que invada la privacidad ajena o genere conflictos innecesarios.

En cuanto al procedimiento, una vez se presenta la denuncia, corresponde a la autoridad competente —puede ser local, autonómica o estatal— analizar la prueba y actuar en consecuencia. No es una vía expedita; las garantías procesales deben estar presentes para el denunciado, quien tiene derecho a un recurso y a defenderse de cualquier acusación. La autoridad verificará la veracidad del hecho y, si es procedente, impondrá la sanción correspondiente.

La colaboración ciudadana alcanza su punto más álgido cuando se trata de delitos flagrantes, tales como conductas agresivas al volante, algidez bajo influencia de sustancias, o maniobras peligrosas que comprometan a otros viajeros. En estos casos, la denuncia puede catalizar una respuesta rápida de las autoridades y evitar males mayores.

EN EL HORIZONTE: UNA CULTURA VIAL MÁS RESPONSABLE

Finalmente, más allá de las denuncias particulares, lo que subyace es la creación de una cultura vial más responsable. El acto de denunciar, enmarcado en un contexto de civismo, es una herramienta de cambio y una invitación a la reflexión sobre nuestras propias conductas al volante. La tendencia es avanzar hacia un modelo en el que todos somos corresponsables del bienestar en nuestras carreteras.

El objetivo último debería ser una vía pública donde la necesidad de denunciar sea una excepción y no una constante; donde el civismo y la autoregulación prevalezcan, reduciendo así las intervenciones punitivas. Este proceso de maduración social es gradual y va de la mano con la educación, la sensibilización y el fortalecimiento de valores compartidos. Un camino donde, ciertamente, cada denuncia bien fundamentada y cada conducta responsable son pasos en la dirección correcta.

Este es el contexto en el que nuestra labor como ciudadanos conductores cobra un matiz de responsabilidad ciudadana. Observando, informando y, sobre todo, dando ejemplo, cada uno de nosotros puede contribuir a hacer de nuestras carreteras un espacio más seguro y armónico para el tráfico. La colaboración de todos es esencial para hacer de la seguridad vial no solo una norma, sino un hábito y un valor inherentemente arraigado en nuestra sociedad.