La imagen de la Reina Isabel II siempre estuvo marcada por su elegancia, pero también por un amor genuino hacia los coches, que trascendía lo que cualquier observador casual podría imaginar. Después de haber servido como mecánico y chófer durante la Segunda Guerra Mundial, la monarca conservó un interés vital en el mundo del automóvil y, a lo largo de los años, se convirtió en una figura que transformó sus coches en auténticos emblemas de seguridad y estilo, personalizados a su medida.
1El afán de Isabel II por la comodidad y la seguridad de sus coches
Desde pequeños detalles nostálgicos hasta ingeniosas modificaciones, cada automóvil que conducía Isabel II reflejaba una visión particular: aquella en la que combinaba su pasión con una discreta opulencia. Uno de los detalles más simpáticos de su flota privada era la inclusión de “mascotas” metálicas en forma de perros que adornaban los capós de sus coches, homenajeando así a sus adorados corgis. Pero estos emblemas, aunque llamativos, eran solo el comienzo de una lista de peculiaridades que harían envidiar a más de un agente 007.
Un mecánico de Jaguar Land Rover, en un arrebato de sinceridad, reveló detalles de la relación de la reina con sus coches, destacando que su Majestad no solo disfrutaba de viajar, sino que también participaba en el desarrollo de sus vehículos, siempre buscando mejoras. La colaboración con ingenieros y mecánicos era algo común en su vida. La reina pidió barras de sujeción específicas en la parte trasera de su Land Rover Station Wagon de 1966, logrando que sus corgis, sus inseparables compañeros, pudieran viajar de manera segura y cómoda sin incomodar a los pasajeros en la cabina delantera. Esta característica, que muchos fabricantes adaptarían en el futuro, mostró la clara intención de Isabel II de estar atenta a las innovaciones prácticas, siendo fiel a sus preferencias ya su singular estilo.