La imagen de la Reina Isabel II siempre estuvo marcada por su elegancia, pero también por un amor genuino hacia los coches, que trascendía lo que cualquier observador casual podría imaginar. Después de haber servido como mecánico y chófer durante la Segunda Guerra Mundial, la monarca conservó un interés vital en el mundo del automóvil y, a lo largo de los años, se convirtió en una figura que transformó sus coches en auténticos emblemas de seguridad y estilo, personalizados a su medida.
3La pasión por el motor
A lo largo de los años, Isabel II se mantuvo interesada en el diseño de sus vehículos de forma tan activa que llegó a involucrarse en la creación de un coche fúnebre, un Jaguar, que sería el encargado de llevarla en su último viaje. Este último gesto fue uno de los más conmovedores, y también reflejó la precisión y el detalle que siempre le imprimió a cada uno de sus coches. La reina, de algún modo, transformó su interés por el diseño automotriz en una muestra de su identidad y de su legado.
Cada vehículo de su colección es hoy una pieza de museo, un fragmento de la historia británica que muestra una faceta de la reina que no muchos conocían. Actualmente, algunos de estos coches han salido a subasta, como el Land Rover de 1978 con un precio inicial de 80.000 libras, donde cada uno de sus detalles no solo cuenta una historia, sino que demuestra la admirable mezcla entre realeza y tecnología. Isabel II, más allá de ser una monarca, fue una apasionada del motor, una figura que integró el confort, la innovación y el estilo en su vida cotidiana, dejando una huella inconfundible en cada vehículo que llegó a personalizar.