En el complejo mundo de las etiquetas medioambientales de la DGT, la lógica parece perderse en el laberinto de clasificaciones. Dos casos ilustran la incongruencia de este sistema. Un deportivo con un motor V8 de 4,0 litros y 600 CV ostenta la etiqueta ECO debido a su sistema de hibridación ligera de 48 V, emitiendo 279 gramos de CO2 por cada 100 kilómetros. Por otro lado, un SUV de casi tres toneladas, propulsado por un motor 4.4 V8 de 490 CV, obtiene la codiciada etiqueta 0 por ser híbrido y tener una autonomía eléctrica de hasta 88 km. Sin embargo, cuando el motor de ocho cilindros entra en acción, ¿dónde queda la lógica de la etiqueta?
Este método de clasificación basado en el tipo de propulsión no solo es incoherente sino también injusto. Siguiendo el ejemplo alemán, que categoriza según las emisiones de CO₂ y partículas, o imitando a Francia, que diferencia según las emisiones de CO₂, se lograría una mayor transparencia y equidad en la identificación de los vehículos según su impacto medioambiental.
1Una etiqueta 0 que debería reservarse a lo realmente eléctrico
La etiqueta 0, que simboliza un vehículo limpio y respetuoso con el medio ambiente, debería ser exclusiva para los coches eléctricos genuinos. La realidad es que algunos vehículos híbridos enchufables (PHEV), como el SUV mencionado, pueden contaminar cuando el motor de combustión entra en funcionamiento, cuestionando la validez de asignarles la máxima calificación medioambiental. ¿No sería más adecuado introducir una etiqueta específica para híbridos e híbridos enchufables, como la etiqueta D, para reflejar su dualidad en el uso de combustible?
La DGT debería reconsiderar su enfoque y adoptar un sistema de clasificación que refleje con precisión las emisiones y la contribución al medio ambiente de cada vehículo, siguiendo ejemplos probados y exitosos de otros países.