La transición hacia la movilidad eléctrica se ha convertido en uno de los estandartes de la lucha contra el cambio climático y la contaminación urbana. Los coches eléctricos son presentados como la solución definitiva para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y limpiar el aire que respiramos. Sin embargo, detrás de esta narrativa optimista se oculta un problema menos conocido: las micropartículas que se desprenden de los frenos, una amenaza silenciosa para nuestra salud, que puede convertir a los coches eléctricos en fuentes de contaminación incluso peores que los diésel.
Una investigación reciente de la Universidad de Southampton, en el Reino Unido, ha revelado que el polvo emitido por los frenos de los vehículos, tanto eléctricos como de combustión, es altamente tóxico para los pulmones humanos. Sorprendentemente, las partículas generadas por algunas pastillas de freno resultaron ser más perjudiciales que las emisiones de diésel. Este hallazgo contradice la percepción generalizada de que los coches eléctricos son intrínsecamente más limpios en todos los aspectos.
¿Cómo es que los frenos terminando aumentando la contaminación?
Aunque los vehículos eléctricos utilizan frenado regenerativo para recuperar energía y reducir el desgaste de los frenos tradicionales, su mayor peso compensa esta ventaja. Las baterías que alimentan estos coches incrementan considerablemente su masa, lo que provoca que, cuando es necesario usar los frenos convencionales, se generen más partículas por parada que en un vehículo de combustión ligera. Este efecto se traduce en una emisión más elevada de polvo tóxico proveniente tanto de los frenos como de los neumáticos.
El estudio británico analizó cuatro tipos de pastillas de freno: las poco metálicas, las semimetálicas, las orgánicas sin amianto y las cerámicas híbridas. De forma sorprendente, las orgánicas sin amianto resultaron ser las más nocivas, provocando inflamación pulmonar superior incluso a la generada por los motores diésel. Estas pastillas, muy populares en Estados Unidos por ser más económicas y silenciosas, contienen cobre, un material que ha sido asociado con enfermedades respiratorias graves, como el asma y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (EPOC).
¿Cómo harán los países para terminar con esta contaminación?
Si bien algunas regulaciones están comenzando a emerger, como las leyes en California y Washington para limitar el contenido de cobre, y las próximas normativas Euro 7 en Europa que restringirán las emisiones de frenos a partir de 2026, el ritmo de estas medidas es lento y se centra principalmente en vehículos nuevos. Los millones de automóviles que ya circulan seguirán emitiendo estas partículas nocivas durante años.
El verdadero reto está en reconocer que la contaminación vehicular no se reduce exclusivamente a las emisiones del tubo de escape. Tanto los coches de combustión como los eléctricos liberan partículas tóxicas por desgaste de frenos y neumáticos. La movilidad sostenible exige una solución integral que aborde todas las fuentes de contaminación. Solo así podrá convertirse en la auténtica aliada de nuestra salud y del medio ambiente.