Desde el lanzamiento de la serie W463, en 1993, Mercedes había dejado claro que el Clase G iba a recibir el mismo trato que las berlinas de gama alta. Esto se traducía no sólo en disponer de prestaciones equivalentes, sino también del refinamiento que aportaban las mecánicas más modernas.
Tras la efímera y exitosa serie limitada del 500 GE, a finales de 1997 el G 320 veía cómo su veterano motor M 104 de seis cilindros en línea era reemplazado por un V6 de idéntica cilindrada. Ambos motores compartían diámetro y carrera, pero al refinamiento que aporta la disposición de los cilindros en V a 90º, el nuevo propulsor M 112 E 32 añadía una mayor relación de compresión, culatas de tres válvulas por cilindro mandadas por un único árbol de levas para cada culata y encendido mediante dobles bujías buscando combinar suavidad, rendimiento y eficiencia.
El par motor se mantenía en 300 Nm, mientras que la potencia crecía marginalmente hasta los 215 CV. Abundando en la búsqueda del confort y la eficiencia, se reemplazaba la caja de cambios por una de cinco velocidades y gestión electrónica. Por otra parte, el airbag de pasajero comenzaba a ofrecerse en toda la gama, y la capota del Convertible estrenaba el sistema de accionamiento electroneumático.
En 1998, el motor V8 llega al Clase G para quedarse
El verdadero hito se produce en abril de 1998, cuando Mercedes descubre el G 500 ante los asistentes del Salón del Todoterreno de Múnich (Alemania), dos meses antes de iniciar su comercialización. A diferencia del 500 GE lanzado en 1993, ya no estamos ante una serie limitada, sino ante el primer V8 de una saga que acabará perpetuándose.
En esta ocasión, el motor elegido ya no es el veterano M 117 de dos válvulas por cilindro e inyección mecánica, sino el moderno M 113 E 50, con cinco litros de cilindrada, inyección electrónica y culatas de tres válvulas por cilindro y doble encendido, al igual que el V6 del renovado G 320. La relación de compresión sube también hasta 10:1, y el rendimiento alcanza los 296 CV y los 456 Nm.
Presentar el vehículo en una feria 4×4 en lugar de emplear un salón del automóvil es toda una declaración de intenciones, ya que, a diferencia del 500 GE, este nuevo V8 presume de tener las mismas capacidades todoterreno que cualquier otro Clase G, y de hecho se ofrece con dos dimensiones de neumáticos: 255/55 R18 o 265/60 R18, para agradar tanto a quienes quieran usar el vehículo mayoritariamente por asfalto como a quienes busquen la máxima eficacia en campo.
En contraste con el 500 GE, el nuevo G 500 incluye el bloqueo del diferencial delantero de serie, y el motor V8 está disponible en todas las versiones de carrocería –Station Wagon de batallas larga y corta y Convertible–. Alcanza los 190 km/h y equipa asientos delanteros ajustables eléctricos tapizados en cuero, recubrimientos de madera y aire acondicionado de serie. En opción, ofrece sistema de navegación, sensores de aparcamiento, preinstalación del teléfono móvil y asientos posteriores calefactados.
El Clase G se codea, por fin, con las berlinas de gama alta de Mercedes
Así, en 1998 el Clase G cuenta por primera vez con una gama que nada tiene que envidiar a la de las berlinas de gama alta de la época, en la que el G 500 convive con el recientemente renovado G 320 y con el G 300 TURBODIESEL, lanzado en 1996 con una culata de cuatro válvulas por cilindro para reemplazar al 350 GD TURBODIESEL. El nuevo diésel ofrece 177 CV y 330 Nm, al tiempo que su consumo medio baja hasta los 12,1 l/100 km.
Paralelamente, los Clase G destinados a ejércitos y uso profesional siguen fabricándose como serie W461, y en 1997 ven también mejorada su mecánica. En este caso, reciben todo un “soplo” de aire fresco. La versión 290 GD TURBODIESEL, de 120 CV y 280 Nm, reemplaza al 290 GD como único motor de la gama, desapareciendo, así, el último diésel atmosférico.
Además, por primera vez en la línea “ruda” del Clase G están disponibles elementos de confort opcionales como los elevalunas eléctricos y el control de velocidad de crucero, asociado, eso sí, al cambio automático opcional.