Antes de nada, he de reconocer que no me gustan los SUV; bueno, mejor dicho: no me gustaban. Siempre fui reacio a este tipo de vehículos. Me imagino que será como cuando a mi padre, que siempre condujo compactos o berlinas, le dije que íbamos a comprar una ranchera tras nacer nuestra primera hija: él decía que era un coche «fúnebre» y no veía la verdadera practicidad de ese tipo de coches. Pues a mí me pasaba un poco parecido con los vehículos SUV, pero como no soy tan terco ?con todo el cariño? como él, cuando vi el concurso que publicó Motor16 para probar durante un fin de semana un Honda CR-V decidí que sería una estupenda ocasión para librarme de mis prejuicios y darle una oportunidad a un segmento tan popular hoy en día.
El viernes a primera hora llego al concesionario Valdemotor de Honda en Gijón a recoger el coche. La primera impresión es impactante: un frontal agresivo, buen empaque y sensación de que, aparte de la altura, es más coche que cualquier otra berlina media. El modelo que me facilitan es un 1.6 i-DTEC de 160CV con acabado Executive. Lleva de todo: techo, xenon, GPS, llantas de 18?, asientos de cuero, portón automático, conexión HDMI, USB, bluetooth, climatizador bizona, cambio automático de 9 velocidades? Los ajustes interiores son impecables y se percibe calidad, aunque en mi humilde opinión sobra un poco de plástico duro por la parte superior del salpicadero, que se compensa con otros detalles premium.
Espacio muy bien aprovechado
Salgo de trabajar temprano ?¡gracias, jefe!? y paso por el garaje a hacer el intercambio de sillitas entre mi querida ranchera y el Honda. El colocarlas en el CR-V es muy fácil y cómodo, tanto por su mayor amplitud en la fila trasera como su altura al suelo. Coloco el equipaje en el maletero y veo que queda espacio libre para mucho más. Las formas regulares del mismo hacen que el espacio se aproveche muy bien, incluso sin tener que recoger la bandeja enrollable; y si ya queremos transportar elementos más grandes, como bicicletas, sólo tenemos que accionar unos tiradores que hay en los laterales para que los asientos traseros se plieguen como por arte de magia. Observamos que los plásticos que quedan en las estriberas son muy vistosos pero tienen pinta de rayarse con facilidad, sobre todo al subirse y bajarse los niños. Nos montamos todos en el coche, introducimos nuestro primer destino en el GPS, ponemos el USB con música y abrimos el techo panorámico, consiguiendo que los críos estén con la boca abierta un buen rato. La luminosidad que genera el inmenso techo de cristal hace que la sensación de amplitud sea aún mayor y, salvo en contadas ocasiones de mucho sol, lo llevamos abierto durante todo el viaje.
El primer recorrido discurre por autovía hasta llegar a Vegadeo, pueblo limítrofe con Galicia, permitiéndonos disfrutar de una insonorización y un confort de marcha muy buenos. Con el control de velocidad y las luces automáticas uno se centra sólo en conducir y en disfrutar de la calidad de sonido del equipo de música, donde los graves y agudos merecen una mención especial. Salimos de la autovía y nos metemos en la primera de muchas carreteras comarcales que recorreremos. Pese a las muchas curvas y al ritmo vivo que se puede llevar en algunos tramos me sorprende gratamente la suspensión del CR-V, que contiene muy bien el balanceo de la carrocería. Es el equilibrio entre firmeza y comodidad lo que me llama la atención, pues al ser un coche alto y de 1.630 kilos de peso pensaba que las inercias serían más acusadas.
Cambio de 9 velocidades, sorprendente
También ayuda que lleve unos neumáticos 225/60 R18, cuyo perfil absorbe las irregularidades del terreno. Pasan los kilómetros y nos vamos adentrando en lo más profundo de Asturias: bosques centenarios, pueblos pequeños y una sensación de tranquilidad tremenda. Al atardecer llegamos a nuestro primer destino: Santa Eulalia de Oscos, donde nos alojamos en la Casona Cantiga del Agüeria, un asombroso hotel rural que se levanta sobre una casa de piedra de más de 400 años. Al día siguiente, tras un opíparo desayuno, nos ponemos en marcha con dirección a Grandas de Salime, Cangas del Narcea y Somiedo. Las carreteras, cada vez más reviradas, discurriendo al lado de ríos, laderas y puertos de montaña, sin que el CR-V acuse falta de potencia en ninguna circunstancia. Una mención especial me gustaría hacer al cambio de 9 velocidades, que sorprende tanto por rapidez como por suavidad. Respecto al consumo, los 7,1 l/100 km de media que, calculo, hemos gastado distan de los 5,1 que anuncia el fabricante, pero también es comprensible tratándose de un coche de este tamaño y del tipo de carreteras por donde circulamos. Tras muchas horas, volvemos a incorporarnos a la autovía en dirección Ribadedeva, donde nos alojamos en la Casuca del Esbardu, un hotel rural emplazado en la orilla del río Deva. Han sido más de ocho horas de viaje e, increíblemente, ni los niños ni nosotros tenemos la sensación de que haya sido tanto tiempo.
En la última jornada volvemos a carreteras secundarias en las que los árboles y la piedra caliza son los protagonistas junto a valles angostos esculpidos por ríos de aguas frías y cristalinas. Subimos hasta los Lagos de Covandonga, donde circulamos por pistas para poner a prueba el todocamino. La altura libre al suelo, su tracción 4×4 y el control de descenso le permiten hacer sus pinitos fuera del asfalto con total solvencia.
Tras varios kilómetros de pistas y bastante polvo volvemos a la carretera y comemos en el Chigre de Arenes, enclavado en una zona privilegiada entre Cangas de Onís y Arriondas. Y qué mejor excusa que estar en Arriondas para recorrer la carretera de la subida al Fitu, prueba automovilística de carácter internacional, y bajar por la cara norte del Sueve hacia Tazones, para disfrutar la costa asturiana en su auténtica esencia: pequeños pueblos de pescadores, con playas acogedoras y el Cantábrico siempre de fondo.
Es lunes y toca devolver el CR-V. A los cuatro nos ha convencido el SUV, así que habrá que dejar los prejuicios aparte y dar paso a la lógica.