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Las mentiras que hay detrás de los influencers que presumen de sus coches en redes sociales

No es oro todo lo que reluce, y basta con tener cuentas en alguna red social para saberlo. Y tampoco hace falta llevárnoslo a los influencers con millones de seguidores: todos compartimos en redes el contenido que nos interesa y el que queremos que vean los demás. Al final, muestran una vida idílica que no siempre es real o, al menos, no todo el tiempo.

Si te gustan los coches y sigues a algún creador de contenido en Instagram o TikTok, seguro que has fichado los vehículos que conducen. Muchas veces, los influencers más reconocidos se graban conduciendo modelos de alta gama e incluso presumen de tener un garaje valorado en millones de euros. ¿Es real? En la mayoría de los casos no es así, y lo que ha ocurrido con un grupo de creadores de contenido de Georgia es un buen ejemplo.

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¿Has picado con estos trucos?

Fuente: Freepik

En redes sociales, la mayoría de influencers y marcas se mueven mediante acuerdos de colaboración. Por ejemplo, es bastante habitual que muchos concesionarios o fabricantes les dejen coches durante un tiempo para hacer publicidad o dar a conocer un modelo en concreto. Incluso hay influencers que se convierten en embajadores de esas marcas.

Es lícito hacerlo, pero el problema viene cuando esos creadores de contenido no indican abiertamente (es obligatorio hacerlo) que se trata de una colaboración o un regalo.

Y también están los influencers que muestran coches de lujo de familiares o amigos y los presentan como propios. No están haciendo nada ilegal, pero evidentemente podemos cuestionar su ética, porque muestran una realidad que no se corresponden con la que realmente es.

Sin ir más lejos, vimos algo parecido en España hace unos días. El modelo Fabio Colloricchio se compró un Porsche Panamera 4 E-Hybrid Executive valorado en más de 120.000 y su pareja, la influencer Violeta Mangriñán, presumió de ello en redes sociales: «Nuevo bebé en casa. Después de 6 años, por fin podré robarte el coche yo a ti y no al revés». Poco después, el concesionario reconoció que no era una adquisición propia, sino que lo había comprado para venderlo.