Imagina que vas conduciendo por una avenida limitada a 30 km/h de una pequeña localidad de Francia y, de repente, divisas un radar. Instintivamente, levantas el pie del acelerador, temiéndote ya una multa. Pero, ¡oh, sorpresa! Ese misterioso radar que está sembrando el pánico entre los conductores no es real, lo ha colocado un vecino harto de que los coches pasen a toda velocidad frente a su casa. La idea, que comenzó como una solución casera, ha puesto en jaque a las autoridades locales.
6Una iniciativa que invita a reflexionar
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El episodio en Bezannes deja en evidencia un problema común en muchas ciudades: límites de velocidad que a menudo no se respetan y medidas oficiales que a veces son insuficientes. La historia de este radar falso ha puesto sobre la mesa la efectividad de estos dispositivos, reales o no, para modificar el comportamiento de los conductores.
Si algo ha demostrado este peculiar caso es que los conductores reaccionan más rápido cuando les tocan el bolsillo, ante una posible multa que ante el riesgo real de un accidente. Y aunque el radar de plástico ya no está en pie, su impacto en la seguridad vial de esta localidad francesa podría derivar en acciones a largo plazo.