Conducir es una experiencia tan cotidiana para muchos que rara vez nos detenemos a reflexionar sobre lo que realmente sentimos al ponernos al volante. Sin embargo, la investigación ha demostrado que detrás de los gestos mecánicos de girar el volante o pisar los pedales, se esconden emociones poderosas que influyen en nuestra conducción y en cómo interactuamos con el entorno. Dos sentimientos clave surgen en cada trayecto: la ansiedad y la agresividad, ambas presentes en mayor o menor medida en cada conductor.
3El equilibrio entre los sentimientos de la ansiedad y la agresividad.
Aunque la ansiedad y la agresividad son dos emociones aparentemente opuestas, comparten una raíz común: el deseo de control. Los conductores que sienten ansiedad suelen experimentar una pérdida de control, ya sea ante el miedo de un accidente o por la incertidumbre de una situación imprevista. Por otro lado, la agresividad surge cuando el conductor percibe una amenaza a su autonomía o al orden que desea imponer en la carretera. Un atasco, un coche adelantando por la derecha o un semáforo que tarda en cambiar son eventos que atentan contra ese control, activando una respuesta de ira o frustración.
Curiosamente, la agresividad y la ansiedad tienden a complementarse en diferentes edades y circunstancias. Los conductores jóvenes, por ejemplo, aunque experimentan menos ansiedad en situaciones de tráfico denso, tienden a ser más agresivos cuando otros conductores no respetan las normas o no avanzan con suficiente rapidez. En cambio, los conductores mayores, más experimentados, muestran un mayor grado de ansiedad en situaciones de riesgo, pero tienden a controlar mejor su agresividad en situaciones que podrían frustrar a los más jóvenes.