Valdepeñas, tierra de viñedos y fervor religioso, se enfrenta a una encrucijada moral digna de un debate entre el cielo y la tierra. Y no, no hablamos de si el tinto es mejor que el blanco, sino de una escena que seguramente haría al párroco Emilio Montes arquear una ceja. ¿Qué ocurre cuando uno de sus fieles, tras haberse empapado de las palabras del Evangelio, llega al servicio dominical en un Ferrari California? Un coche que, con su rugido de motor V8, parece más adecuado para un paseo por la Riviera que para estacionarse frente a la iglesia de Cristo en el corazón de la Mancha.
4La fina linea de la hipocresía y la vanidad
Pero claro, la ironía de la situación radica en que el padre Emilio mismo no es ajeno a la controversia. No olvidemos que este clérigo se hizo pintar en los frescos de su iglesia, una acción que muchos consideran algo fuera de lo común, especialmente en estos tiempos. ¿Es este un ejemplo de vanidad, o simplemente un reflejo de la figura central que ha sido para la comunidad durante tanto tiempo? Tal vez en el fondo, el Ferrari y el fresco no están tan distantes: ambos son símbolos, uno de poder terrestre y el otro de una especie de inmortalidad artística.
¿Podría el cura llegar a sentir algo de simpatía por este feligrés aficionado a los coches de lujo? Quizás. Después de todo, la espiritualidad tiene muchas formas de expresarse, y quién sabe, tal vez detrás de ese volante, el conductor recita un Ave María cada vez que cambia de marcha. O quizás, como bromean algunos en el pueblo, ya no hay pecadores, solo fieles… con mejor gusto en vehículos.
Sea como fuere, lo cierto es que la llegada del Ferrari a misa probablemente provocará más de una reflexión en el sermón de ese día. “No podéis servir a Dios ya las riquezas”, podría recordar el padre Emilio, sin perder su característico sentido del humor irónico y directo. Y al final del día, cuando el motor del Ferrari se apaga y el eco de las oraciones llena la iglesia, quedará la pregunta: ¿cuál de los dos sonidos llegará más alto?