En 1981 daba clases y aprobé el carné de conducir al volante de la primera genereación del Ford Fiesta. Para mí era el mejor coche del mundo y guardo un grato recuerdo de él. Ahora, 36 años después, tengo ocasión de probar la última puesta en escena de este modelo que conserva el nombre y poco más. Hasta el tamaño del nuevo Fiesta es superior al del Ford Escort de entonces, el hermano mayor que fue, precisamente en 1981, Coche del Año en Europa.
Además del mismo nombre, mi ‘primer coche’ también portaba un propulsor de un litro que ofrecía 58 caballos de potencia, muy lejos en todos los sentidos del sofisticado 1.0 EcoBoost tricilíndrico de ahora.
Añoranzas aparte, nuestro protagonista lo borda
Tecnológicamente ya no espera para tener que heredar elementos de sus hermanos mayores porque él mismo los estrena, siendo el primer Ford que monta un asistente de frenada autónomo que detecta peatones, un sistema de aparcamiento asistido que aplica el freno para evitar golpes a baja velocidad o un equipo de sonido de alta fidelidad B&O.
Disponible con carrocería de tres y cinco puertas, apostamos por la mayor versatilidad de esta última y lo combinamos con la elegancia del acabado Titanium. Por imagen y calidad percibida el salto es evidente. Por fuera el Fiesta ha crecido 71 milímetros de largo y 12 de ancho, ofreciendo una apariencia de ‘más coche’ y más premium. Curiosamente este incremento no tiene una repercusión directamente proporcional en el interior o en el maletero, aunque sí es evidente una mejora de espacio para las piernas en las plazas traseras.
Donde no hay color es en la terminación y puesta en escena del habitáculo respecto al modelo anterior. Se ha mejorado la ergonomía y la visibilidad, y los múltiples mandos de antaño se han eliminado en favor de una pantalla táctil que en nuestro caso es de 8 pulgadas (opcional). Curiosamente es ahora el volante multifunción el que presume de hasta 14 mandos.
El salpicadero se remata con materiales acolchados en la parte superior, duros en la zona baja y unos lacados en negro muy aparentes, pero en ocasiones, con los reflejos del sol, molestan. Detrás hay ganancia en centímetros, como hemos dicho, pero tres adultos irán como amigos sólo en un desplazamiento corto. Curioso que no haya ni un solo asidero en el techo para agarrarse, y destacar el generoso techo panorámico eléctrico, dividido en dos partes, que inunda de luz el habitáculo, una delicia para todos los públicos que nos costará 700 euros extras.
El maletero, por su parte, cubica 303 litros de capacidad, resulta muy diáfano en sus formas y ofrece 58,5 centímetros de fondo y 97,5 de ancho, para que calculemos lo que podemos introducir por un portón ahora más generoso.
El segundo capítulo donde hay mejoras es en el aspecto dinámico
Y no es fácil porque el Fiesta tiene un magnífico curriculum en este aspecto. Para ello se ha mejorado la rigidez del chasis, se ha incrementado el ancho de vías y se incorpora un Control Vectorial de Par, tan de moda últimamente en todo modelo nuevo que se precie.
Y bajo el capó, ya un clásico, como el 1.0 Ecoboost, un tres cilindros que ofrece tres niveles de potencia: 100, 125 y 140 CV. Nuestra unidad eroga 125 y es todo un ejemplo de elasticidad y rendimiento, sin disparar un consumo que siempre es un poco ‘bipolar’ en este tipo de mecánicas ‘humildes’ en cilindrada.
Asociado a una caja manual de seis relaciones, ahora más eficiente, el abanico de actuación es tremendamente amplio. Desde apenas 1.200 rpm ya tiene capacidad de trabajo y estira como si fuera una prueba de maratón hasta las 6.700 vueltas, momento en el que corta la inyección.
Acelera de manera notable y recupera bien
Si queremos sacar el máximo partido y apuramos marchas hasta el final, en 2ª ya superamos los 100 km/h, en 3ª los 150 y en 4ª si nos ponemos cabezones ya podemos alcanzar la velocidad máxima. Por otro lado, la 6ª relación desahoga la situación para que en autopista, a 120 km/h podamos rodar con el motor girando plácidamente a 2.700 vueltas y apenas 6,0 litros de consumo. Para ello debemos activar el nuevo modo Eco, que ‘capa’ en parte el rendimiento y la respuesta del motor.
Dinámicamente esta versión del Fiesta convence por su agilidad y confort de marcha. Apoyado sobre un chasis con una puesta a punto sobresaliente y unos generosos neumáticos 205/45 ZR17 lo cierto es que a buen ritmo apenas subvira y la zaga desliza suavemente hasta redondear el giro para seguir la trayectoria con normalidad. Y las pérdidas de motricidad al salir de una curva apenas existen gracias al mencionado Control Vectorial del Par.
Lo mejor de todo esto es que la suspensión filtra perfectamente las irregularidades para que nadie se queje a nivel de confort. Si alguien quiere un talante más deportivo le queda la opción del acabado ST-Line, que apuesta por una amortiguación más firme. Mención especial para los frenos, fantásticos por su eficacia como se puede comprobar con las distancias registradas, como los 51,5 metros que necesita para detenerse desde 120 km/h.
Y el tercer bastión a destacar es el tecnológico, aunque buena parte de esos elementos hay que pagarlos en la carta de opciones. No es el caso de la alerta por cambio involuntario de carril, que avisa y hasta corrige la trayectoria sobre el volante. Tampoco por el completo sistema multimedia SYNC 3 compatible con nuestro smartphone y que permite controlar mediante sencillas órdenes por voz elementos de la navegación, equipo de sonido, servicios…
En definitiva, un vehículo que recoge los 40 años de experiencia de una saga que, por lo visto en esta última generación, seguirá dando mucha guerra.
LA CLAVE
Siempre me ha gustado el Ford Fiesta por ese agradable tacto general que ofrece y por su excelente dinámica. Esos valores se incrementan en esta nueva generación, que se ve reforzada por una dotación tecnológica de primer orden. Y qué decir del motor tricilíndrico 1.0 EcoBoost, una joya por su rendimiento…